Me reí mucho con la película Intocables. Me pareció un ejercicio sano y divertido para explicar una realidad que, a veces, ni es tan sana ni es tan divertida. De todo el guión, hubo una frase que me resonó como una campana. La dijo el protagonista tetrapléjico después de escuchar a su hermano enumerar la lista de dudas que generaba en la familia el nuevo ayudante ex convicto, negro e inmigrante. ‘Es el único que me trata sin compasión’ -concluyó el millonario discapacitado.
Desde que tuve el accidente, he recibido miradas, gestos y palabras de todos los colores y matices. Con los años he aprendido a destilar la emoción que rezuma cada una de las diferentes aproximaciones: indiferencia, interés, admiración, rechazo, inseguridad, … De todas ellas, he descubierto que la que más me afecta es la compasión, más incluso que el rechazo. La persona que se apiada o siente pena por mí se instala en una emoción que nos incapacita a los dos a exponernos y expresarnos con naturalidad. Cuando doy pena me enfrío, me encierro y dejo de atender y entender al otro, provocando el mismo efecto que genera la desconfianza: la castración de mi genuinidad.
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