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Foto del escritorFrancesc

CUM LAUDE

Ojo con el pensamiento positivo. Sí, esa corriente que dice que si quieres que te vaya bien en la vida o quieres alcanzar un determinado objetivo sólo tienes que desearlo de forma insistente y al final acabará por hacerse realidad. Ojo con este tipo de planteamientos porque, a veces, pueden resultar perversos. Para empezar no todos tienen la capacidad o la necesidad de definir un objetivo vital concreto, un sueño. Y no por ello tienen una vida menos gratificante. La experiencia me ha enseñado, ¡una vez más!, que esta regla no sirve para todos. Que para conseguir un objetivo no siempre es necesario visualizarlo, ni desearlo. A veces, incluso, no hace falta ni pensar en él. Mi vida, sin ir más lejos, tiene varios episodios que se adaptan a este patrón. El más llamativo, sin duda, fue el que tuvo que ver con mi decisión de convertirme en coach, un hecho que, accidente  de coche aparte, fue trascendental en mi trayectoria existencial. Antes de ese momento, nunca antes había considerado esa posibilidad y, mucho menos, me había visualizado haciendo coaching en un escenario futuro. Sin embargo, un día se paró ese tren en mi estación y me subí a él sin pensarlo ni un segundo.

Photo by Jeremy Beck on Unsplash


Pero la perversión no acaba aquí. Porque, ¿qué ocurre con aquellas personas que sí han diseñado su escenario ideal de futuro y no pueden hacerlo realidad? Algunos fundamentalistas del pensamiento positivo atribuyen esos fracasos personales a la falta de claridad o insistencia en la creación de las metas. Les acusan de poner poca energía o convicción en sus proyectos. ¡Qué barbaridad! Fracasado por ser tibio. ¿Cómo se puede llegar a ser tan simplista o excluyente? Cuando escucho estos argumentos no puedo evitar de alimentar mi fundamentalismo por la defensa de la diferencia y la diversidad del ser humano.


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