Ayer volví a ver este vídeo. Y me volví a emocionar. No es habitual escuchar a una neuróloga hablar de conciencia. Y aún es menos común hacerlo desde una experiencia individual. Me fascina la capacidad que tiene esta mujer de sacarse el traje de científica y desnudarse delante de la audiencia para describir lo que sintió. Sus lágrimas al término de su charla son conmovedoras. Testimonios así son, en mi opinión, piedras angulares para soportar y fundamentar los pensamientos de millones de personas que creemos en una dimensión espiritual y energética del ser humano. Personas que, en mayor o menor medida y con mayor o menor repercusión, hemos experimentado en algún momento esa clarividencia, esa conexión cósmica, ese esplendor, esa perfección del aquí y el ahora. Personas que, como Jill Bolte Taylor, hemos abrazado una parte muy íntima y exclusiva de nuestra condición que ha revolucionado la manera en que nos percibimos y recibimos a los demás. Personas, en definitiva, que venimos de pasar la noche en la Casa de la Razón y nos hemos despertado en un paraíso llamado Conciencia.
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