Desde hace unas semanas estoy conversando con un emprendedor que no encuentra la manera de gestionar su actividad con la suficiente pericia para obtener de ella la cantidad necesaria de recursos que le permitirían vivir con holgura económica. En la sesión preliminar, cuando conocí a la persona y el objetivo que perseguía, acepté el encargo de acompañamiento no sin antes resolver alguna duda. La reticencia inicial nació en mi razón que me decía que ésta era una consultoría tradicional que pertenecía a mi pasado y que no encajaba en mi nueva orientación. Sin embargo, a medida que profundicé en la conversación de ese primer encuentro, la intuición acabó por inclinar la balanza en favor del sí. Hacía pocos días que había descubierto el libro de John Welwood, La psicología del despertar, y, de alguna manera, sentí con ese emprendedor que podía poner en práctica el acompañamiento comercial de la presencia incondicional.

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Cada una de las conversaciones que he tenido con esta persona, cada una de las ideas promocionales o propuestas creativas que he compartido con ella han surgido desde el ‘no hacer’, desde el sentir que aparece en la apertura a la experiencia, sin intentar ‘controlar’ lo que sentía. El proceso está siendo totalmente novedosos para mí y, a tenor de las sensaciones y del feedback que recibo, el resultado es, por ahora, satisfactorio.
Después del accidente, antes de ser coach, trabajé durante varios años como consultor de marketing estratégico para pymes y emprendedores. Realicé decenas de propuestas, estudios y asesorías tanto en el área comercial y de marketing como en el área de gestión. Hoy, ahora, tras experimentar las bondades del ‘marketing del despertar’, reconozco que ninguna de ellas me sacó una creatividad más coherente con las necesidades del proyecto en cuestión y ninguna de ellas me hizo conectar con tanta transparencia con la esencia de mi cliente.
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