En más de una ocasión he presenciado ese mágico momento en el que el conversador, tras un silencio o un comentario, hace el ‘click terapéutico’. A posteriori, cuando he intentado entender cuál ha sido el detonante de ese abracadabra, me he dado de bruces con una obviedad. La frase o pregunta que, supuestamente, ha servido de interruptor para iluminar el túnel interior, ya era conocida por la persona en cuestión. Ésta ya la había leído o escuchado con anterioridad. O incluso, y eso sí que es sorprendente, ya la había pensado en repetidas ocasiones. He ahí la magia a la que me refiero. Porque el ‘click terapéutico’ no tiene que ver con el pensar, sino con el sentir. Con el resentir.
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De ahí mi empecinamiento en hablar del Amor como el mejor entorno para promover el cambio. Porque de lo que se trata es que la persona haga ese click desde el estómago, no desde la mente. Y, a mi modo de ver, una de las maneras de conseguirlo es conversar desde el Amor, desde la aceptación. En el fondo, ni el coach ni el terapeuta son los protagonistas de la película. Como dice una buena amiga, el verdadero sanador está dentro de la propia persona, que solo necesita un entorno confiable y acogedor para descubrir el lugar donde cuelga el cabo que le servirá para tejer su bienestar.
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