A lo largo de estos últimos diez años, y a raíz de mi inmersión en el mundo del coaching, he tenido contacto con una gran variedad de terapeutas, sanadores, conferenciantes o gurús que me han enseñado sus disciplinas. También he asistido en un par de ocasiones a uno de los festivales espirituales más multitudinarios que conozco: el No Mind Festival. Aquí entablé amistad con una mujer cercana a los sesenta que llevaba años asistiendo a éste y otro tipo de encuentros y retiros en busca de una serenidad que se le resistía. Terapias, curaciones, visualizaciones, reconexiones, … a tenor del trabajo realizado, presupuse que la señora debería estar próxima al nirvana. Sin embargo, después de conocerla con más profundidad, descubrí con sorpresa las elevadas dosis de amargura y sufrimiento que predominaban en su estado de ánimo.
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Y es que hay algunas personas que utilizan el entorno de lo esotérico y lo espiritual como un refugio inconsciente para evitar enfrentarse a sus miedos, fobias o conflictos no resueltos. No nos engañemos, l
a panacea a nuestra insatisfacción vital no siempre se encuentra en la meditación o la práctica espiritual. Dicho de otra manera, hay situaciones personales y de personalidad que necesitan un trabajo más terapéutico, en el sentido clásico de la palabra. Una cosa es abandonarse a la experiencia mística durante un fin de semana y otra muy distinta es sostener nuestra integridad física y emocional a lo largo de la vida cotidiana: familia, trabajo, pareja. Ponerse a buscar una verdad, una conciencia más elevada sin resolver antes los traumas pendientes puede resultar contraproducente o equívoco. No nos olvidemos, además, que un buen trabajo terapéutico puede ser un excelente punto de partida en el trayecto del auto conocimiento.
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