Tiene cincuenta años y a pesar de que se cubre las canas con negro vampiro aparenta sesenta. Se corta el pelo a lo chico, tiene orejas de soplillo y está convencida que la mayoría de personas que la ven se piensan que es la lesbiana más fea que se arrastra sobre la faz de la tierra. No se pinta los labios, ni se maquilla la cara, ni se arregla las cejas. Se compra la ropa más horrorosa que encuentra en los mercadillos de su pueblo. Es célibe por convicción. Le molesta el trato con la gente y gruñe con facilidad cuando huele que la quieren aleccionar o darle consejos. Si a alguien se le ocurre intentar convencerle con sutilezas sibilinas puede llegar a morderle la yugular. Su madre hacía lo mismo y le jodió la existencia. Por mil años que viva nunca entenderá la infame contradicción que supone tener que amar a una persona que le dio la vida y se la quitó a la vez. Por eso odia su lado femenino; porque si ser mujer es lo que aprendió de su madre prefiere ser nada. Asexual. Asocial. Ahumana.
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