Cuando la escultura sale del estudio del autor aún está incompleta. El cuadro no acaba cuando se fija a un marco y se cuelga en una pared. Para nada. La coreografía todavía cojea incluso cuando se ha ejecutado con perfección. El aria, la partitura o el guión teatral no terminan en el aplauso. Al contrario, es entonces cuando empiezan su verdadera andadura. Un edificio tiene que hacer vibrar al visitante. Una novela debe escarbar en el repertorio de los miedos o las pasiones del lector y sacarlos a flote.

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Porque toda obra de arte, toda expresión artística necesita de los ojos del espectador para cumplir con su último cometido. De los ojos y, sobre todo, de las emociones. Sin emoción el arte queda manco, insuficiente. Inmóvil. El arte no es estático sino que deambula vulnerable por las interpretaciones de quien lo observa. Y es esa interpretación, ese rifirrafe interior el que dota de significado a cada pieza, cada letra o cada nota.
Un significado único, irrepetible e incatalogable.
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