Naoko es la protagonista de Tokio Blues, una novela escrita por Haruki Murakami que, de ser real, podría dar testimonio del poder que tiene la energía en nuestra respuesta sexual. Esta muchacha perdió su virginidad el día de su vigésimo aniversario en brazos de Watanabe, el mejor amigo de su ex novio, Kizuki, quién meses atrás se había suicidado en el asiento trasero de un coche respirando los gases que salían del tubo de escape.
La chica, después de soplar las velas, siente que tiene el cuerpo preparado para recibir las envestidas de Watanabe y, con los miedos propios de una primera vez, acepta la propuesta de su amante. Cuando acaba el acto sexual, un torpe Watanabe se extraña que la novia de su amigo fallecido aún estuviera intacta y así se lo hace saber.
—¿Quién te crees que eres para preguntarme esto?— implora Naoko encolerizada, a punto de romper a llorar.
A los pocos días de este desafortunado estreno, Naoko decide recluirse en un sanatorio perdido entre las montañas, cerca de Kioto, para superar el suicidio de su primer amor y recomponerse del ataque emocional que recibió de Watanabe. Éste, enamorado sin límites, la visita regularmente sabiendo que ella no le va a permitir volver a entrar en su cuerpo hasta que supere el trauma. En una de sus visitas, Naoko le pide a Watanabe que le acompañe a pasear por el bosque. «No quiero hablar de esto —dice ella—, pero sé que si no lo hago nunca me curaré». Naoko, muy agitada, le confiesa a Watanabe que, efectivamente, Kizuki no pudo nunca hacer el amor con ella. «Le quería como nunca voy a querer a nadie —explica—, le conté cosas que nunca le contaré a nadie y, sin embargo, no pude darle algo que sí he podido darte a ti». La joven reconoce que su cuerpo y su energía no conectaron con la de Kizuki, a pesar de desearlo con todo su ser, y que eso era algo que la mortificaba. «No entendía cómo mi cuerpo se podía negar con tanta contundencia a recibir al hombre que adoraba», se lamenta Naoko bañada en lágrimas de culpabilidad.
Así de dramática puede ser la transferencia energética. Cuando no hay sincronía entre dos personas, el sexo no fluye, los amantes no vibran. Desde esta perspectiva, no hay buenos o malos amantes, hay conexiones que se retroalimentan o se rechazan.
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