Podría contar con precisión y sin duda los escasos momentos de mi vida en que he empezado a leer una novela y, a medida que ido avanzando en la historia, he tenido que hacer un esfuerzo para ralentizar la lectura con el fin de demorar la llegada del desenlace final. La psicología del despertar de John Welwood es el primer ensayo que ha rescatado en mí esa sensación. Lo empecé a leer a mediados de mayo y, a día de hoy, todavía no lo he acabado. Y es que no lo quiero acabar. Saber que aún tengo varios capítulos en la recámara me da tanto bienestar como abrir la nevera y comprobar que aún me queda una botella de champán francés. Cada vez que leo un capítulo me apetece cerrar el libro y dejar que ese conocimiento, esa idea fluya dentro de mí y se integre en el inconsciente. Las propuestas de Welwood, a pesar de ser controvertidas y heterodoxas, me resultan sorprendentemente familiares:
“Cuando dos personas se encuentran y conectan, comparten la misma presencia de conciencia. No hay modo alguno de dividir netamente ‘su conciencia’ de ‘mi conciencia’. Y debo decir que no estoy hablando aquí de saltar los límites convencionales ni tampoco de identificarme con los problemas de mis clientes sino de permitir que la experiencia de la otra persona resuene a través de mi. El trabajo terapéutico resulta mucho más grato y eficaz cuando puedo considerarlo como parte de nuestro viaje común por las turbulentas aguas de la mente hacia el descubrimiento del fundamento auténtico de la presencia humana.”
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