La primera vez que oí hablar de Humberto Maturana fue en 2003 durante un curso de coaching ontológico. Sus aportaciones eran densas y de difícil asimilación, pero no por ello menos trascendentales. A finales de 2005 lo conocí personalmente en un curso que dio en Barcelona y, desde entonces, se convirtió en uno de mis referentes personales; no tanto por lo que decía sino por cómo lo decía y desde dónde lo decía. Aquel sabio octogenario respiraba amor por cada pliegue de su piel y, además, tenía un desparpajo absolutamente magnético. Recuerdo que el seminario se desarrollaba a lo largo de cuatro días en un escuela de negocios con la sala llena de directivos y académicos de primer nivel. En una de las diapositivas, mientras hablaba de las características de la estructura del ser vivo, el tipo tuvo la osadía de decir que la economía y la gestión de empresas son ciencias inútiles porque tratan de predecir algo que por su naturaleza es impredecible: el comportamiento del ser humano. Él se quedó tan ancho, la audiencia se atragantó con la osadía y a mí me dejó un millón de veces más fascinado.
El último día, muy a pesar mío, tuve que abandonar la sala antes de tiempo por una indisposición. Traté de salir del aula con disimulo pero él no lo permitió. En cuanto vio que me dirigía a la puerta, paró el discurso y se acercó a mi lado para darme uno de los abrazos más sentidos que he recibido de un desconocido. Lo dicho, puro amor.
Comments