La entrada de ayer se paseó por mis pensamientos a lo largo del día. Esta mañana, al mirar las estadísticas del blog, me he sorprendido al ver que el post de ayer fue, con muchísima diferencia, el más leído de cuantos he publicado hasta la fecha. Esto me confirma que en el universo femenino hay un runrún sobre la cuestión de la vulnerabilidad y el ultraje que late en silencio.
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Hago un repaso mental de la vida de las mujeres que conozco y han compartido su intimidad conmigo en algún momento puntual. Familiares, amigas, ex parejas, clientas de coaching, conversadoras. Me salen varias decenas de nombres. Salvo alguna niña o adolescente cuyo historial desconozco, encuentro a muy pocas mujeres que se hayan librado de una agresión verbal, física o emocional por parte de una pareja, familiar, amigo o desconocido. Es aterrador. Padres, tíos, abuelos, maridos, compañeros de clase, jefes, colegas de trabajo, amigos, vecinos. La gran mayoría han sufrido algún tipo de agresión: toqueteos, empujones, insultos, piropos de mal gusto, desprecios, menosprecios, abusos sexuales. Ante este vendaval de amenazas, no es de extrañar la desconfianza que impera en el universo femenino para sacar a la luz su sensualidad. Y es una lástima. Primero, porque cercena una parte intrínseca de la naturaleza de la mujer y, después, porque priva al hombre de ver en plenitud a su compañera de viaje.
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