Una de las razones que sostienen los coach ejecutivos para multiplicar por diez el coste de su sesión (comparada con una sesión de coaching personal) es que el impacto de su trabajo, es decir, la mejora de desempeño que tendrá el coachee, se verá repercutida tanto en el desempeño y el bienestar del equipo de aquél como en la cuenta de resultados de la empresa. ‘Si el jefe está bien, todo lo que dependa del jefe irá bien’ – escuchaba. Cuando hice coaching ejecutivo me creí el primer argumento, es decir, el de pensar que cuando acabaría el proceso mejoraría el ambiente y el estado de ánimo de todos los colaboradores de ese directivo. Esa era mi motivación última. Con los años me di cuenta que la cultura de una empresa no se cambia tan fácilmente. Que muchos directivos hacen coaching porque se lo ‘sugieren’ desde arriba y no porque están genuinamente implicados en su proceso de aprendizaje. Y muchas otras cosas más que me sacaron la venda de los ojos.
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Desde que dejé a un lado el coaching, sólo he aceptado hacer Conversaciones Genuinas con las personas que han venido a buscarme directamente. Sin directores de RR.HH. de por en medio, ni objetivos cuantificados, ni calendarios. Incluso sin remuneración. Sí. Me siento más cómodo con el trueque. Una fotografía, un banco de tiempo, una buena tarta, un libro. Lo que sea que esa persona quiera ofrecerme como contraprestación de lo que recibe, será un precio justo. Y eso me hace sentir en paz. Las Conversaciones Genuinas me han reconciliado con la primera motivación que me llevó al coaching. Recientemente, con el trabajo que estamos co-creando con un ‘conversador’ dedicado a ayudar a los demás, he vuelto a recuperar esa sensación tan gratificante que supone saber con certeza que cuando esta persona recupere la energía, habrá decenas de personas a su alrededor que se beneficiarán de su resplandor.
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