A lo largo de los años he adquirido una fobia gutural hacia los consejos. No sólo a recibirlos, sino tambièn, y sobre todo, a darlos. Mi teoría es que si le doy un consejo a alguien, en especial si es relativo a un asunto personal, lo que estoy haciendo no es solucionar su problema sino minar su capacidad de aprendizaje. Más que dar respuestas, lo que siempre intento es hacer preguntas para que cada cual llegue a sus propias conclusiones. Y si la persona insiste mucho, la única licencia que me permito es proponerle al individuo que haga algo tan vago y poderoso como buscar en su conciencia.

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Sí. Despertar la auto conciencia. Éste es, en mi opinión, el camino más corto hacia el bienestar. Porque si analizamos en profundidad y con honestidad la mayoría de los atascos emocionales que retienen nuestro crecimiento, nos daremos cuenta que en todos ellos hay un conflicto entre nuestro ‘yo genuino’ y nuestro ‘yo cultural’. Frente a un conflicto con nuestra pareja, frente a un desencanto laboral o frente a una frustración personal lo que está saliendo a la luz es el grito de nuestra conciencia, de nuestra autenticidad que, harta de someterse a los designios sociales, reivindica su parcela de protagonismo.
Cuando damos un consejo estamos acariciando la superficie del problema. Cuando le preguntamos a alguien dónde está dejando de ser genuino en esa situación concreta, le estamos abriendo las puertas de su despertar emocional.
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