En un sorprendente documental sobre intersexualidad, descubro la abominable prepotencia que pueden albergar algunos médicos para decidir amputar partes de los órganos sexuales de niños recién nacidos cuyas gónadas se han desarrollado a caballo entre las masculinas y las femeninas, sin un predominio claro de ninguna de las dos.
Ajenos al futuro desarrollo de la identidad sexual de esa persona y, peor, a las consecuencias que acarreará esa mutilación, estos próceres de la ciencia se arman de bisturíes bien afilados y de razones inexistentes para convertirse en dioses de la deshumanización.
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Escucho la voz de esas víctimas y me quedo cabreado con la maldad que puede albergar el ser humano con su obsesión por ubicar al prójimo en una casilla, en una norma, en una creencia, en una tradición, … En definitiva, en una cultura.
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