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Foto del escritorFrancesc

¡POR FIN!

Llevo varios días muy agitado, entusiasmado. Gracias a una información que encontré en uno de los blogs de mi admirado Andrés Schuschny, he conocido el trabajo de John Welwood. Tengo que reconocer que, tras Humberto Maturana, esta es la segunda vez en mi vida que encuentro un autor cuyas palabras resuenan en mi interior con una fuerza y alegría desmesuradas. Y esto es así porque Welwood ha sido capaz de darle un envoltorio conceptual a una idea que parí de la más pura intuición y a la que me aferré sin condiciones ni concesiones.


Cuando inicié este blog, como ya he explicado en varias entradas y en la declaración de principios de la cabecera, sentía la necesidad de desarrollar un concepto que fui elaborando de manera inconsciente durante mi etapa como coach: el Amor como espacio terapéutico y la conversación genuina como herramienta para conectar en el Amor. La idea, repito, se fue gestando de forma espontánea a lo largo de un prolongado período de mi vida que pasé en la cama, sin poderme levantar ni una sola hora al día, y tomó forma definitiva tras recuperar la salud y la actividad. Fue entonces cuando, en lugar de volver al coaching, me dediqué a pasear frente al mar. Aquí, entre olas y baños de sol, y de la mano de las personas que insistieron en conversar conmigo (“No es coaching” – les decía) descubrí que cuanto mayor era mi centrado emocional, cuanto más puro era el Amor en el que me instalaba, más fluidos y mágicos eran sus procesos de cambio.


Mi algarabía desenfrenada, además del fulgor primaveral, nace a partir de la lectura del libro Psicología del Despertar donde John Welwood, entre otros, desarrolla un concepto que denomina Terapia de la Presencia Incondicional y cuyos principios básicos me saben a ‘este es mi hogar’:


“Yo sentía, sin embargo, la necesidad de encontrar una terapia más acorde con la cualidad de ‘no hacer’, típica de la presencia meditativa. Mi propio trabajo personal me había enseñado que la apertura a la experiencia tal cual es aporta una sensación más plena de presencia, una especie de ‘ser-sin-agenda’ que proporciona una gran sensación de quietud, aceptación y vitalidad. (…) Cuando el terapeuta permanece presente con la experiencia de su cliente, algo puede empezar a relajarse y abrirse dentro de éste. (…) Una y otra vez, he visto que la presencia incondicional es la más poderosa de todas las herramientas del cambio, precisamente porque insiste en que permanezcamos presentes con la experiencia, sin dividirnos en dos a nosotros mismos e intentar ‘controlar’ lo que sentimos. (…) Ésta es, por tanto, la cualidad más importante de un terapeuta; una habilidad que, curiosamente, apenas se menciona en las universidades y que, en consecuencia, tampoco se enseña. (…)  

El ‘no hacer’ de la presencia incondicional es compatible con un amplio abanico de herramientas terapéuticas, tanto directivas como no directivas Y debo decir que en modo alguno se trata de una actitud pasiva, sino de la predisposición activa a afrontar la experiencia sentida e indagar en ella de un modo completamente imparcial, no reactivo y no controlador. Lo que importa, en este punto, no es tanto lo que estamos sintiendo como el acto de abrirnos a ello. (…) Así, cuando permanecemos presentes en medio del enfado se pone de relieve la fortaleza; cuando permanecemos presentes en medio del sufrimiento se pone de relieve la compasión; cuando permanecemos presentes en medio del miedo se ponen de relieve el valor y la confianza, y cuando permanecemos presentes en medio del vacío se ponen de relieve la paz y la amplitud del espacio, cualidades diferentes, todas ellas, del ser en que se manifiesta la presencia.”

Sencillamente maravilloso.





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