He sido testigo en varias ocasiones de los dilemas que se le plantea a una persona a la hora de escoger una determinada corriente terapéutica para tratar de solucionar algún aspecto de su vida. Que si la hipnosis, que si el psicoanálisis, que si la terapia gestalt, que si el coaching, … Hay decenas, cientos de posibilidades de abordar un quiebre personal. Mi opinión al respecto es que, más que el tipo de terapia, la persona debe analizar al propio terapeuta y evaluar si se siente cómoda con él y lo elige como copiloto en su viaje transformacional. Cuanto más fuerte sea ese vínculo terapeuta-paciente mejor fluirá la transferencia de información verbal y emocional entre ambos y con mayor rapidez ocurrirán los cambios que se esperan a lo largo del proceso.
Repito, para mí no es sólo una cuestión de metodología sino también de energía. Una persona elige con quién quiere exponer su intimidad, no con qué. Por eso, creo que un buen terapeuta debe dedicar una parte de su ‘reciclaje’ profesional en evolucionar como persona. Pienso que un buen psicólogo, un buen psiquiatra o un buen coach no lo son sólo por el número de títulos que cuelgan en su consulta sino que también lo son por la capacidad que tienen por profundizar en su autoconocimiento personal y de llenarse de esa energía que hace que una persona con tribulaciones la elija a ella sabedora de que está poniendo en buenas manos tanto su pudor presente como su bienestar futuro.
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