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Foto del escritorFrancesc

HISTORIAS ENRUEDADAS DEL 02/02/23:

En la ferretería

Espero mi turno en la calle porque la tienda no tiene rampa. Voy detrás del chico con abrigo azul al que he avisado de mi presencia nada más llegar para que se lo diga al comercial cuando sea mi turno. A través del cristal observo que hay dos dependientes y cuatro o cinco clientes haciendo cola. Al cabo de un rato, se me acerca un señor metido en años y me pregunta si soy el último. Le digo que sí. «Gracias —contesta el recién llegado—. Paso un momento dentro que quiero mirar una cosa». El tío lleva ropa de faena, sucia y ajada. Entra, hace ver que busca algo y se pone en la cola.


Me entretengo a mirar el móvil confiado que el chico con abrigo azul cumplirá su promesa. A los veinte minutos lo veo salir por la otra puerta. Miro de nuevo por el cristal confiado que seré el próximo en ser atendido y lo que veo es que se me ha colado el hombre que iba detrás mío. El cabreo que pillo es monumental, sobre todo, con el cabrón que ha sudado de mí y de pasar la tanda al dependiente.


Me espero a que salga el otro caradura con ropa de trabajo y lo increpo. «Lo siento — me miente evitando la mirada—, creía que ya te habías ido». Es tal el enfado que pillo que me niego a comprar en esa ferretería y me largo de ahí.


En la mente

Cuando consigo serenarme un poco, pienso que esto que acaba de pasar es una buena metáfora de lo que significa tener una diversidad funcional (o discapacidad). Tanto el entorno (la accesibilidad de los espacios) como la gente, te ignoran. Muchas veces, para conseguir algo has de ponerte pesado, imponerte para hacerte notar o elegir muy bien los lugares y las personas con las que vas a tratar. Los servicios públicos, las administraciones y las grandes empresas suelen ser bastante inclusivos. Si te sales de ahí, sea lo que sea que quieras hacer, o te va a costar mucho esfuerzo o te va a dejar muy frustrado y jodido.

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