SANA, SANA, COLITA DE RANA (1)
- Francesc
- 14 jun
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Tras más de sesenta años de ingresos en diferentes centros hospitalarios, tanto públicos, como concertados o privados, y por motivos de diferente urgencia o importancia he llegado a varias conclusiones relacionadas con el sistema sanitario que quiero compartir.
En primer lugar, mi propia experiencia me dice que cuando se trata de una intervención quirúrgica, el prestigio del médico no es garantía de nada. Tengo dos ejemplos. El primero ocurrió cuando tenía 27 años, después de romperme los ligamentos cruzados de la rodilla derecha. Sin dudarlo, solicité a la mutua deportiva si podía operarme el mismo médico que me intervino con éxito siete años antes para reparar la misma lesión en la rodilla izquierda. El cirujano en cuestión trabajaba para los servicios médicos del Barça y se había ganado el reconocimiento de toda la comunidad médica y deportiva tras operar a Schuster. Era una apuesta segura. Sin embargo, en esta segunda operación el famoso doctor hizo un mal dianóstico y se olvidó de reparar los ligamentos laterales, que también estaban dañados. Tras pasar varios meses infructuosos intentando recuperar la movilidad de la rodilla, me sometí a una artroscopia donde el médico en cuestión reconoció su error y me recomendó que dejara de jugar a balonmano.
El segundo chasco es más reciente, ya con la lesión medular. Todo empezó en 2016, aproximadamente, cuando los médicos de una clínica especializada en urología, nefrología y andrología me recomendaron operarme la vejiga para dejarme incontinente y así evitar las recurrentes infecciones de orina. Tras dos intentos fallidos, me derivaron al que, según ellos, era el urólogo con más prestigio del país. «Lo que diga él, va a misa» —me confesó el jefe de urología de la clínica.
Sin pensárelo dos veces, me puse en sus manos. La operación fue muy bien, pero al parecer una pequeña zona de la uretra quedó dañanda por alguno de los instrumentos que utilizaron. Al no tener sensibilidad corporal, no noté nada raro hasta al cabo de siete meses cuando se me abrió una fístula del tamaño de una moneda de dos euros en la zona perineal y que, a día de hoy, tras 16 meses, sigue sin cerrarse y me tiene encadenado a la cama.
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