En el autobús
Llego a la parada que coincide con el inicio del trayecto. Aún quedan algunos minutos para que salga el próximo coche. El conductor me ve y me abre la rampa sin solicitarlo. Al momento, se baja del vehículo y se acerca para preguntarme si necesito ayuda para entrar. Le digo que sí. Me empuja hacia arriba y me coloca en el espacio reservado. «¿Quieres que te valide la tarjeta? —se ofrece para mi sorpresa. A continuación, me pregunta si sé la parada donde me bajaré. Se lo digo y le pido, por favor, que aparque antes de la marquesina para que no tenga ningún obstáculo a la hora de desencochar. «No te preocupes —me tranquiliza». Iniciamos la marcha y me quedo pensando en lo que acaba de pasar: un conductor ha sido amable. Muy amable. Me resulta tan inusual esa generosidad que me pregunto si el hecho de que el autobús estuviera detenido ha tenido algo que ver.
A lo largo de los casi treinta años que voy en silla de ruedas he visto y experimentado todo tipo de situaciones como usuario del servicio de autobús de Barcelona. Las más habituales son aquellas en las que todo transcurre con normalidad. Subo al autobús, hago el recorrido sin percances, solicito la rampa y me bajo. Otras veces, que en mi opinión son mas recurrentes de lo que sería deseable en un servicio público, el viaje se convierte en una tortura gracias a la incapacidad del conductor para pilotar el vehículo con suavidad o para detenerlo en el lugar más accesible desde el que subir o bajar con la rampa. Quizás sean meras anécdotas o excepciones si las comparamos con el conjunto de trayectos que he acumulado desde que tengo una tetraplegia, pero el daño que hacen es tan feroz que me condicionan negativamente a la hora de valorar el servicio. Hay, finalmente, algunas ocasiones donde he recibido un trato tan o más exquisito como el que he tenido esta mañana. Desgraciadamente, son poco habituales, pero no por ello hay que descartarlas.
Estas navidades, por ejemplo, me topé con un conductor de la línea H16 que conducía con tanta bondad que al salir me acerqué a la puerta delantera para darle las gracias. «Gracias a usted —me respondió— y que pase una feliz entrada de año». No me lo podía creer. Es en situaciones así (y en las opuestas, también, ojo) donde encuentro a faltar una app como la que tienen Uber o Cabify y que permite al usuario hacer una valoración del servicio recibido por parte del conductor. Supongo que la empresa (TMB) sabe que tiene un problema muy serio con una buena parte de su plantilla y no quiere tener ninguna evidencia que la ponga en un aprieto.
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