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HISTORIAS ENRUEDADAS DEL 07/02/23 (Cont.):

Foto del escritor: FrancescFrancesc

En el autobús

Son las cinco de la tarde y vuelve a llover, aunque esta vez me pilla a cubierto, en el 6, de camino a casa. Durante el trayecto rezo para que amaine la precipitación y me pueda ahorrar una segunda mojadera, pero a medida que nos acercamos al destino me convenzo que no tendré suerte y que volveré a quedarme a expensas del cabronazo de Mr. Murphy.


En esta ocasión se me plantean dos problemas importantes. El primero tiene que ver con la parada que queda más cerca de mi calle, y en la que tengo que bajar si no me quiero mojar más de la cuenta, y con el hecho de que está a siete travesías, una distancia que en tiempo de secano no me supone ningún esfuerzo, pero con una lluvia medianamente persistente se convierte en una aventura. El segundo problema es que la parada está instalada en un tramo de acera con tres peligros potenciales para mi integridad física (dos árboles y un buen puñado de baldosas levantadas) y que me obligan a solicitar una mano solidaria para desencochar.


Lo de poner las paradas de autobús en aceras con obstáculos (árboles, buzones, farolas, rejillas, contenedores, etc.) da para un libro. También da para perforarle el cielo del paladar con un taladro del vientiseis al ingeniero de caminos que se rompió los sesos pensando en las implicaciones que causaría su sabia decisión a las personas con movilidad reducida.


Para solventar este segundo obstáculo juego con una baza a mi favor que no siempre se presenta en este tipo de escenarios: la conductora se ha prestado a ayudarme por iniciativa propia. ¡Jódete, Murphy! Bajo del coche con la silla encarada hacia atrás y con alguna dificultad, después que la rueda del motor quedara trabada en un pequeño socavón (ver fotos). Antes de ponerme rumbo a casa, agradezco a la señora su predisposición y compruebo con cierta sorpresa que ha tomado debida nota del lamentable estado de la parada. «No hay derecho —se exclama—, ahora mismo doy parte de esta incidencia».


(Nota reivindicativa: por eso es importante enfrentarse y hacer visible la falta de accesibilidad de los espacios públicos y privados. Si callamos, condescendemos o transigimos, los cambios se eternizan o, sencillamente, se archivan en la trastienda de las desvergüenzas).


Cae agua con ganas. Enciendo el motor y enfilo hacia mi casa con la idea de no detenerme bajo ningún concepto y sea cual sea la intensidad del chaparrón. «De perdidos, al río —me digo». Enfilo la calzada (que no acera) a toda pastilla saltándome a la torera todas las normas de circulación y urbanidad. Los pocos coches que me encuentro (voy contra dirección) hacen sonar el claxón y me enfocan con las luces largas con intención de disuadirme, los más, o de ponerle señales audiovisuales a sus improperios. También intuyo tras las lunas delanteras empañadas de humedad alguna mirada de estupor.


Vuelvo a tener la ropa empada y, por si fuera poco, me veo obligado a reducir la velocidad, y, por tanto, aumentar el tiempo de exposición a la tempestad, no solo para asegurar la gobernabilidad de la silla, sino para esquivar con antelación todas las ramas que se interponen en mi camino y que han caído como consecuencia del temporal matutino y que, contrariamente a la candidez que sugieren su naturaleza y su tamaño, son, con diferencia, las peores hijas de puta que habitan en el ecosistema urbano pues, a cierta velocidad y bajo ciertas condiciones del suelo, son capaces de trabar las ruedas delanteras y hacerte saltar por los aires y dejarte peor de lo que ya estás.


Estoy congelado y con el agua que me inunda la entrepierna y aún así me mantengo fiel a mi promesa de llegar del tirón como hace, salvando todas las distancias, el corredor de maratón o el alpinista de un ochomil que está tan agotado y dolorido que solo centra su mente en alcanzar la meta o la cumbre y trata de sustituir la avalancha de inputs de mierda por la única idea que le da placer y le inyecta la suficiente dosis de energía para resistir a cada tentativa de abdicación y persistir en su hazaña.

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