HISTORIAS ENRUEDADAS DEL 11/02/23
- Francesc
- 13 feb 2023
- 2 Min. de lectura
En la calle
Llego a Badalona después de bajarme de un autobús cuyo conductor me ha dado la turra al subir porque he pisado la rampa antes de tiempo. Él, por el contrario, lo ha hecho todo tan bien (nótese la ironía) que no ha dado ningún volantazo, ha frenado siempre con dulzura y, en definitiva, ha puesto todo su empeño para que mi (nuestro) viaje fuera como una seda. (Nota mental: a la próxima ocasión, no me tengo que quedar amilanado y debo replicar el mismo tono que el menda ha usado conmigo para reprocharle su nula habilidad a la hora de conducir un vehículo para el servicio público).
Me bajo algunas paradas antes porque he llegado con el tiempo holgado y hace un día precioso para disfrutar del paseo y la ciudad. ¿Sí? ¿Seguro? Enfilo la calle principal arrimando la silla a la derecha y ajustando la velocidad al mínimo para no tener sobresaltos con ningún transeúnte. Una mujer mantiene su carril a pesar de haber detectado mi presencia con bastante antelación. Ambos mantenemos el pulso y tentamos la tozudez del otro. A escasos centímetros del impacto entre mi silla y su pantorrilla observo como gira súbitamente hacia su izquierda y entra en un supermercado. Desde aquí quiero darle las gracias por haber acelerado en el último instante y ahorrarme el trago de tener que fingir mi arrepentimiento y mi pesar por haberle cercenado la tibia y el peroné. Gracias, de corazón.
También quiero agradecer la solidaridad del chico que paseaba a su perro con tres metros de cadena y no ha hecho ningún intento por corregir la trayectoria del animal para evitar que le aplastara los sesos. Gracias, chaval, porque con tu ejemplo me demuestras que el egoismo de la raza humana mantiene toda su vigencia y no muestra ningún síntoma de fatiga.
Y a usted, conductor apresurado del Audi gris, además de mi agradecimiento tiene usted toda mi admiración por ser el estandarte, el maestro y la luz que debe guiar a los gilipollas de su ciudad. Porque a pesar de tener el semáforo en ámbar y de circular por una vía infestada de tráfico, ha sido fiel a su naturaleza infame y ha avanzado unos metros hasta verse obligado a detener su flamante SUV en pleno paso de cebra. ¡Ole por sus cojones morenos! La cara de indiferencia, incluso de orgullo, que ha mantenido cuando le hemos increpado mientras sorteábamos su coche habla alto y claro de su supina mezquindad.
No quiero abandonar esta oda a la Badalona amable y altruista sin señalar mi gratitud, tanto a la mujer que ha visto una prenda de su agrado en un escaparate y ha atravesado súbitamente la acera sin percatarse de mi presencia, como a la pandilla de vermuteros que disfrutaban de su aperitivo y de su resaca reunidos alrededor de la bota de vino que da la bienvenida a los clientes del bar, ajenos al tapón peatonal que estaban provocando.
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