top of page
Buscar

HISTORIAS ENRUEDADAS DEL 26/02/23 (cont.):

Foto del escritor: FrancescFrancesc

En el pasado

Esta historia del taxista cabrón me recuerda a un episodio que viví muchos años atrás con otro capullo de su misma calaña, aunque esta vez tuve una reacción que me dejó un sabor de boca bastante diferente. Salía del hospital del Vall d'Hebrón con la mosca detrás de la oreja después que mi oncóloga me emplazara a venir otro día al no haber recibido los resultados del último TAC de control. Como era la primera vez que me pasaba algo así, mi mente se puso a elucubrar los escenarios más apocalípticos. Estaba muy angustiado y en ese momento mi único objetivo era salir cagando leches de aquel edificio.





Tras bajar la rampa e ir a cruzar el paso de cebra que da acceso al ascensor que lleva a pie de calle, me encontré que había una fila de taxis impidiéndome el paso. El espacio entre coches dejaba pasar una persona, pero no un carrito de bebé o una silla de ruedas. Levanté la mirada hacia la derecha y vi el inicio de la parada así como una hilera de coches negros y amarillos que apenas se movía. Me acerqué al taxista que tenía más cercano y agité la mano para llamar su atención. El gachó se hizo el despistado. Me aproximé un poco más y le piqué un par de veces con los nudillos en el cristal. Por fin, se dignó a mirarme y en ese momento aproveché para avisarle de que no podía pasar y que necesitaba que se moviera un poco. Me contestó, también con gestos, que los coches estaban muy pegados y que tuviera un poco de paciencia. Le pedí que bajara el cristal para poder hablar con él, pero el menda se había puesto a mirar el móvil, dispuesto a menospreciar mi demanda. Encendido de furia, pegué un par de puñetazos en el capó que tuvieron un efecto inmediato.


Mientras salía de su cubículo con intención de confrontarme, levanté ostensiblemente el tono de voz para hacerle entender que solo necesitaba un par de palmos más de holgura y que no tenía derecho a ocupar un espacio reservado a los peatones. El taxista, ofuscado por la ira, me lanzaba los insultos a discreción e intentaba justificar su conducta aludiendo a nosequé de los vehículos VTC que le estaban robando los clientes con la connivencia del ayuntamiento. A mitad de la bronca, me di cuenta que la fila de taxis se estaba moviendo y aproveché la oportunidad para plantar mi silla frente a su coche. El hombre siguió discutiendo durante un rato más y, cuando se percató que podía avanzar de posición, entró en el taxi presuponiendo que le dejaría la vía libre.


¡Craso error, querido! Yo estaba cabreado. Muy cabreado. Y no iba a permitir que ese gañán se fuera de rositas. Me crucé de brazos y me preparé para lo peor. Efectivamente, el taxista, al ver que no se podía mover, entró en cólera y empezó a hacer sonar la bocina como un poseso. La gente que entraba y salía del recinto hospitalario miraba atónita aquel lamentable espectáculo. Yo no cedí ni un milímetro y mi contrincante tampoco. De hecho, él sumó un par de acólitos a su causa, pero ni así logró amedrentarme. La broma acabó cuando el encargado de seguridad se hartó de escuchar el claxon y vino a disuadirme para que pusiera fin a mi sed de venganza.



Comments

Rated 0 out of 5 stars.
No ratings yet

Add a rating
bottom of page