Más allá de discursos, de argumentos meticulosamente elaborados, de textos rellenos de razones y razonamientos, de ideas revolucionarias, al final lo que queda, lo que nos ayuda a valorar el impacto de un escrito, un libro o una conferencia es el movimiento emocional que nos ha generado. A lo largo de nuestra vida, vemos centenares de películas, estudiamos decenas de teorías, escuchamos montones de ponencias o leemos miles de libros y, sin embargo, a pesar de la cantidad de información que recoge nuestro cerebro, lo que adquiere valor y significado para nosotros es lo que ha hecho vibrar nuestro estómago.
Para una cirujana será el no va más de los métodos quirúrgicos, a un deportista le llamará la atención la biografía de un colega contemporáneo y una trabajadora social se conmoverá con el cuento que le ha dedicado una persona usuaria de su servicio. La memoria emocional que tenemos instalada en el sistema límbico se mueve ante ciertos estímulos. Y cuanta más intensa sea la ráfaga, mayor tiempo permanecerá el estímulo en nuestra lista de recuerdos.
A eso, algunos le llaman comunicación no verbal.
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