El chaval tiene veinte añitos y está a punto de partir hacia una travesía en solitario que le mantendrá aislado del mundo civilizado durante un par de meses. Lo tiene todo preparado. La comida, la ropa, la ruta. Lleva varios meses planificando esta aventura y, hoy, por fin, llega la hora del adiós. La madre esconde el miedo detrás de un discurso preventivo, pero el niño es astuto y lo huele entre los silencios. Ambos apuran el café con leche y se levantan para la despedida.
– Hazte un regalo , mamá -le susurra al oído mientras la exprime entre sus brazos-, no sufras por mí.
Hacía años que no escuchaba unas palabras tan sabias.
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