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Foto del escritorFrancesc

LA MUJER DE MIEL

Carmen es la hija única de una familia de apicultores de Almansa que trabaja de profesora de biología en el IES José Conde. Tiene treinta y siete años y siente que la vida se le escurre entre las manos. Su hija, aunque reside en el domicilio familiar, es absolutamente independiente y solo cuenta con ella cuando tiene alguna duda laboral o sentimental. Su marido colabora en un gimnasio a tiempo parcial y ha transformado su timidez en desgana. Por no tener, Carmen no tiene ni el campo de colmenas que recibió de la herencia materna por culpa de una mala inversión de su esposo que, además del patrimonio, estuvo a punto de costarle el matrimonio. Los únicos alicientes en la vida de Carmen son sus dos íntimas amigas y el instituto.


Es el primer día de clase y, como es habitual, Carmen pide a sus alumnos que se presenten al resto de compañeros. Cuando le llega el turno a Germán, algo muy profundo se encoje en su vientre. No es la belleza, ni la voz, ni el cuerpo del chico lo que abre una rendija en la boca de su estómago. Es algo más. Pasan los díás y Carmen comprueba que la grieta se ha convertido en un socavón y lo que parecía un sentimiento de admiración ha desembocado en un enamoramiento en toda regla. Al acabar las jornadas de trabajo, la maestra sale a toda prisa del instituto y se encierra en su habitación a llorar. Se siente desconcertada por haber caído en la tentación.


Gustavo es periodista y psicólogo. Escribe un artículo semanal en el suplemento dominical de El País sobre mente y salud. Paralelmente a su labor como articulista, ocupa su tiempo en documentarse para escribir la historia de su primera novela. Está casado en segundas nupcias y convive con sus tres hijos (el último, fruto de la unión con su actual esposa). Hace un par de décadas, tuvo que enfrentarse a la desaparición de su mujer (la madre de sus dos primeros hijos) que decidió huir del país con un amante de manera repentina e inexplicable. Tras varios años en el sumidero de la depresión, presume de haber llegado a la madurez y de tener bien aprendidas y superadas las lecciones de la vida. Reside en una masía restaurada propiedad de la familia de su actual esposa. A los pocos días de publicar un artículo sobre el fenómeno cougar recibe un correo anónimo de una profesora de instituto que le confiesa que se ha enamorado de un alumno de 16 años. Su apodo: Mujer de Miel. En el mail, Mujer de Miel, cuenta con todo lujo de detalles su primer día de clase y cómo se enamoró de su alumno. Gustavo se queda atónito con la carta. Sin embargo, esconde el impacto que la ha causado la historia y responde con cierta condescendencia.


Carmen está absolutamente desencajada. Obsesionada. Su vida es un maravilloso infierno de sensaciones por culpa de Germán. En clase tiene que hacer un esfuerzo extraordinario para fingir su pasión cada vez que este se acerca a su mesa a consultarle una cuestión. En casa, vuelta a aparentar. Cuando hace el amor con su marido, aprovecha los momentos posteriores al éxtasis para llorar sin miedo a ser descubierta. Su única válvula de escape es Gustavo, con quien ha iniciado un intercambio epistolar anónimo que le permite descomprimir la mente. «Solo tú sabes mi historia», le confiesa. Escribe a trompicones en los ratos libres. Son mails llenos de amor, de deseos ocultos en los que Carmen da rienda suelta a su sentimiento.


Gustavo se ha enganchado a la historia. ¿O es a la Mujer de Miel? A pesar de la expresa prohibición en el libro de estilo de El País, se presta al carteo. Su excusa (hacia él mismo y hacia su esposa) es que quiere explorar los motivos que llevan a una mujer a buscar un amante fuera del matrimonio para, así, poder incorporar los descubrimientos derivados de esa investigación en el perfil de uno de los personajes de su novela. “Me mira y me derrito. Para mi es un hombre apetecible. Muy apetecible. No me puedo negar lo que siento. He intentado hacer el esfuerzo por llevarlo al terreno maternal como me aconsejaste. Lo he intentado todo, pero mi sentimiento por él va más allá. Quiero que me toque. Que me posea. Quiero ser su mujer.” Gustavo lee los correos de la Mujer de Miel con ansia. Sus respuestas empiezan a ser más largas y menos asépticas. Ya no le da consejos, ahora le pide información de su vida, su pasado. Está tan obsesionado con la historia de la profesora que en sus noches de insomnio trata de imaginar cómo es esa mujer. Su cuerpo, su lucha interior. Se la imagina en clase mirando a Germán y fantasea con la idea de ser él el centro de atención.


Carmen está desesperada. Necesita sacarse la quemazón. Un día se atreve a confesarle su sentimiento a Germán. Simula una sesión de repaso y consigue lo que tanto anhelaba: tocar su piel. El chico reacciona con aplomo y le confiesa que él también siente cosas por ella, pero que teme no estar a la altura. En un arrebato de locura, Carmen le pide ir al baño con él para que la posea. El chico rechaza la oferta sin dar explicaciones. No es hasta la tercera vez que German accede a consumar el acto. Al acabar, Carmen huye perturbada hacia su casa.


Cuando Gustavo lee los detalles de la escena, entra en cólera y le escribe un correo advirtiéndole de los peligros derivados de su acción. Paralelamente, contacta con un amigo policía para que le averigue la población de la dirección IP de los correos electrónicos de la Mujer de Miel. La mujer de Gustavo empieza a notar el distanciamiento de su marido y se lo hace saber. El periodista pone la novela como excusa.


La profesora vuelve a hacer el amor con Germán. Esta vez en una pequeña cabaña propiedad de la familia del adolescente que se encuentra a las afueras de Almansa. Carmen se abre como una flor y se entrega al placer como nunca lo había hecho. Es tal el goce que Carmen pierde la noción del decoro. De vuelta a casa, la culpabilidad y las ganas de reencontrase con su joven amante pelean en sus pensamientos. Por suerte, cuenta con el apoyo incondicional de su confesor, Gustavo, que le permite desahogarse y coger impulso para enfrentarse a su día a día. Carmen recibe una llamada de Germán en mitad de la cena. Simula como puede frente a su marido y su hija y antes de acostarse le pide al adolescente a través de un mensaje que no vuelva a repetir ese atrevimiento. A pesar del mal trago, hay algo en el corazón de Carmen que se ha enternecido con el gesto. Nunca antes un hombre se había preocupado por ella con esa delicadeza.


A Gustavo le corroen los celos. Se inventa una entrevista con un científico en Madrid y, gracias a los datos que le ha proporcionado el policía, se va a Almansa a espiar a la Mujer de Miel. En el ínterin, se intensifica el intercambio de mails. El periodista empieza a hablar a Carmen de su vida personal con la intención de llamar su atención. Le hace saber que su matrimonio es muy aburrido, que tiene ganas de encontrar a una mujer inteligente que lo complete como persona. «Alguien como tú», señala.


Carmen repite semanalmente los encuentros furtivos en la cabaña. Sus pensamientos se debaten entre el miedo a ser descubierta y el instinto protector hacia su joven amante que, poco a poco, se va instalando en su vida. Los correos con Gustavo van cambiando de cariz. Ahora es ella quien hace de consultora sentimental y trata de apaciguar las insatisfacciones de su confidente.


Tras varias peripecias, Gustavo averigua dónde está el domicilio de la profesora. Cuando la ve por primera vez, se enamora de pies a cabeza. Llama a su mujer y le dice que su estancia en Madrid se alargará un par de semanas más. Durante este tiempo, el periodista espía la vida de la Mujer de Miel. La escuela, la cabaña, el gimnasio del marido. Ahora ya sabe su nombre: Carmen Calabuig. Paralelamente a estas pesquisas, Gustavo también investiga la vida de German y descubre un buen puñado de intimidades que difieren sustancialmente de la idea que se ha ido forjando sobre él a través de los mails de Carmen. Además de enamorado, ahora está rabioso.


A través del mail, Gustavo llama la atención de Carmen con intimidades y preocupaciones inventadas. La profesora pica el anzuelo y le ofrece su móvil para conversar con más tiempo y tranquilidad. El periodista aprovecha la ocasión para concertar una cita, fingiendo un viaje por esa zona del levante español. Se encuentran en una cafetería del extrarradio de Almansa para no llamar la atención. La casualidad hace que ese día y a esa hora Germán va a un mecánico de esa misma calle para reparar la moto y ve a su amante con el periodista en un gesto que él malinterpreta. Cegado por los celos, ahora es él quien espiará al periodista y averiguará dónde se hospeda.


Carmen descubre que está embarazada y aprovecha la compañía de Gustavo para hacerle una consulta sobre la decisión que debe tomar. Este destapa las mentiras de Germán y la disuade para interrumpir el embarazo. «Este niñato no te conviene», sentencia. Gustavo aprovecha la debilidad de la profesora para confesar su amor hacia ella. Le dice que cuando regrese a Barcelona se divorciará de su mujer y le promete una vida más feliz. Carmen está aturdida y le pide tiempo.


El periodista regresa al hotel para preparar las maletas y partir cuanto antes a Barcelona. Sabe que, tras el aborto, Carmen aceptará su propuesta. Al abrir la puerta de la habitación se encuentra con Germán. Está borracho y amenazante. Discuten y llegan a las manos. En una mala caída, Germán se desnuca con el canto de la mesita de noche. Abatido y desesperado, Gustavo hace una llamada a Carmen e intenta convencerla para huir juntos a Argentina al día siguiente. Esta rechaza la oferta. Gustavo se derrumba y llama a la policía.


Carmen baja al salón de desayunos en un resort de Acapulco al que ha ido para recuperarse del aborto y la separación. Su vida ha dado un giro espectacular en los últimos dos meses, pero aún necesita una vuelta de tuerca más. Su marido se ha dedicado a esparcir la inifidelidad por todo Almansa, incluido el instituto. Carmen sabe que no puede volver a dar clases y piensa en alternativas. Se sienta en una mesa con vistas al océano pacífico. Al cabo de un rato se acerca el camarero para ofrecerle café.


— ¿Azúcar? ¿Sacarina? —añade el mozo.

— Miel, lo tomaré con miel.

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