En mi época universitaria tuve que ponerme a trabajar en los días de asueto académico para poder reunir una buena cantidad de dinero y, así, cubrir el importe de la abultada matrícula. Uno de los trabajos que me ocupó durante muchos sábados y algunas campañas navideñas fue el de vendedor de ropa. La encargada de la tienda era una chica menuda de ojazos azules que tenía un desparpajo que amilanaba al más lanzado de los hombres. Recuerdo que esta chica siempre defendía unas ideas que iban a contracorriente de lo que se estilaba en esa época y era muy habitual verla argumentar con elocuencia su convicción de no pasar jamás por la vicaría ni de tener hijos. Poco después de acabar la carrera, en uno de mis paseos por el centro de la ciudad, me la encontré en la entrada de un supermercado tirando de un carrito de bebé y luciendo unos hermosos anillos de pedida y de matrimonio.

Photo by Deena Englard on Unsplash
A lo largo de nuestra vida nos pasan a menudo estas aparentes contradicciones. Hoy pensamos una cosa y mañana pensamos otra totalmente diferente. Hoy decimos que nunca haremos tal acción y, patapam, al día siguiente nos tenemos que comer las palabras mientras contradecimos nuestro pensamiento inicial. ¡Que se lo pregunten a las abuelas que ayer se hartaron de avisar a sus hijas de que no contaran con ellas para criar a los hijos y que hoy son las primeras en reclamar la presencia de sus nietos durante más número de horas! Lo mismo ocurre con las argumentaciones. Frente a una situación determinada, personal o ajena, un día utilizamos determinados porqués y a los pocos meses nos sorprendemos cambiando la lista por otros diametralmente opuestos.
Para mí no son contradicciones sino el fiel reflejo de lo que significa ser humano. Siempre ampliando la mirada. Siempre aprendiendo. Siempre evolucionando.
Comments