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LA MUJER DE HIELO (2)

Foto del escritor: FrancescFrancesc

Tardamos varios años (sí, años) en darnos el primer saludo. Y eso que nos cruzábamos a menudo por la plaza. Recuerdo que en los encuentros iniciales era yo el que torcía la mirada en busca de una contrapartida suya que me permitiera alzar la voz del cumplido. Pero ella jamás me correspondió con una señal corporal, un algo que valiera la pena para merecer mi hola. Ni una sonrisa, ni una mirada. Nada. Me ignoraba con una soberbia tan inusual y sádica que empezó a llamar la atención de mis pensamientos. ¿De dónde había salido esa mujer tan maleducada? ¿Era así de seca con todos los vecinos o sólo lo era conmigo? ¿Había alguna razón en su pasado para comportarse de una forma tan rancia con los desconocidos? ¿O quizás era mi silla de ruedas la causa de su desafección?

Photo by Martin Longin on Unsplash


Aprovechando el escaparate que me ofrecía la ventana del salón, empecé a observarla con ojos de detective. O mejor dicho, con ojos de forense: tenía que sacar conclusiones de un ser inerte, frío y mudo. Poco a poco, día tras día comprobé con alivio que su aspereza formaba parte de su ADN y que la única relación que tenía en sus paseos era con su perro, al que trataba con ademanes castrenses. Ni holas, ni qué calores, ni hostias. La mujer de hielo no cruzaba palabra con ningún ser humano y sólo detenía su andar para recoger las boñigas que plantaba su mascota en el pavimento. Eso sí lo tenía. Mucha pulcritud. La ropa impoluta. Sin arrugas ni rozaduras. La melena, lisa como el cristal. Los zapatos, siempre de tacón, siempre limpios de trinca.

Un día, en uno de esos desencuentros callejeros, su perrito se dejó llevar por el instinto animal y se subió a mis rodillas para olerme. Mientras lo acariciaba, miré a su dueña de reojo. Detrás de sus perpetuas gafas de sol, adiviné un rostro encendido. Desencajado. Su boca sonreía a pesar suyo. «Hola» -dijo mientras tiraba de la cadena sin disimulo. Fue un hola anodino, anémico. Un hola que sonaba a adiós. O, mejor, hasta nunca.



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