Elvira es una experimentada directora de departamento que dice tener un problema de gestión del tiempo. Con el fin de solucionar su desorganización y su patente incapacidad para cumplir con los plazos de entrega en su trabajo, se compra el último best seller sobre el tema. La mujer sigue al pie de la letra todas las recomendaciones del famoso libro. Le va el puesto en ello. Después de intentarlo con todas sus fuerzas, tiene que desistir y buscar otro tipo de ayuda porque ni siguiendo los dictámenes del mayor entendido en el tema consigue respetar una sencilla fecha de entrega.
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Elvira me busca para tratar su caos organizativo. En la conversación, descubrimos que Elvira nunca tuvo un jefe a quien reportar directamente y que, durante años, fue ella quien creó y definió sus propias tareas y responsabilidades en el departamento que dirige. A falta de un superior que pudiera planificar, guiar y corregir su trabajo, Elvira encontró en los propios colaboradores su fuente de inspiración y motivación. Al principio, las conversaciones hacían referencia a su departamento, pero, poco a poco, la mujer, empezó a dejar a un lado sus obligaciones, y se pasaba horas y horas hablando con todos y cada uno de los componentes de la plantilla, que veían en ella un consuelo a las macabras prácticas de gestión que imperaban en la compañía. Elvira, en contraposición a tantas horas de escucha, obtenía algo que no le había dado nadie antes en esa organización: reconocimiento.
Por tanto la verdadera causa de que Elvira nunca entregue sus proyectos en el plazo acordado no es su incompetencia para gestionar el tiempo sino su necesidad de sentirse útil, reconocida y querida. Algo que, en ausencia de un superior como dios manda, consigue a través de sus compañeros de trabajo.
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